Casas de familia
DATOS DEL CENTRO
Las casas de familia aparecieron a principios de los 40 para paliar el problema de la infancia abandonada. Se seguían las reglas generales de las instituciones de menores en las que se concretaba que se quería “salvaguardar la moral, la fe y el porvenir decoroso de los jóvenes o de las muchachas que al grave problema moral de su educación de adolescentes, juntan el más grave todavía de la falta ya de familia, ya de ambiente moral en ella, o peculiares antecedentes anómalos y atávicos en su propia vida moral.”
Destaca, por ejemplo, la Casa de familia Moncada, que era un centro para niños en régimen de internado. Se trataba de educar a los jóvenes tutelados sin familia y, por lo tanto, que les faltaba ese sentido vital para la sociedad franquista. Se pretendía que, en un futuro, pudieran crear un hogar cristiano, por este motivo se ofrecía a estos jóvenes los medios y oportunidades para que así formaran parte de esa sociedad, moral y materialmente, con un oficio o profesión definida y estable, y crear en ellos un sentido económico mediante la aportación de su dinero.
En definitiva, se trataba de eliminar las costumbres de una vida de internado y hacer desaparecer los complejos. Por esta razón, se fomentaba la libertad, la individualidad y la autosuficiencia, y se quería solucionar el delicado problema sentimental de los mayores organizando fiestas familiares, bailes de sardanas, representaciones artísticas, etc., facilitando así el contacto con las jóvenes en un “ambiente sano”.
Estos muchachos podían acceder a gran variedad de ocupaciones: carpintería, imprenta, mecánica, dependiente, encuadernador, oficinista, zapatero, etc. Pasando por los diferentes grados de aprendiz, medio oficial y oficial.
Para estos muchachos de la Casa de familia Moncada, que ya trabajaban, se creó, en 1946, la Residencia de Jóvenes Obreros.
Al finalizar la década de los 40, el director de la Casa de familia Moncada y el rector de la zona declaraban su satisfacción con los resultados prácticos del centro y de la Residencia, y manifestaban que “esta Casa ha llegado ya al punto de perfección deseable para jóvenes sumergidos en el complejo y enervante ambiente obrero de la ciudad”.
En la Casa de Familia se proyectó, además, una tarea educativa de la religión que pretendía controlar las prácticas religiosas de los jóvenes y que tenían su continuación en la Residencia, con actividades religiosas obligatorias y voluntarias como condiciones indispensables para poder pertenecer a ella.