Amparo Bon Guillart

VIVENCIAS

Amparo estuvo en un centro en la localidad de les Fonts de Terrassa de 1942 a 1946.

Amparo Bon Guillart nació en Barcelona, el 24 de marzo de 1934. Era la tercera de cuatro hermanos y la única chica. La madre murió de hambre y de tifus al poco de finalizar la guerra. De hambre, porque la poca comida que tenía la repartía entre los cuatro hijos y para ella ya no quedaba nada. De enfermedad, víctima de una epidemia de tifus que hubo durante los años 1940-1941 (médicamente era el tifus exantemático, popularmente se conocía como el piojo verde).

El padre, solo con cuatro hijos tan pequeños, buscó algún lugar dónde colocarlos pero Amparo no sabe por mediación de quién. También piensa que si se hubiera muerto el padre en lugar de la madre quizás no habrían tenido que ir a un orfanato, porque la madre se los habría quedado a todos en casa. A ella, con casi 8 años y al hermanito más pequeño, de 5 años, los llevaron a una casa situada en Les Fonts de Terrassa. El edificio, próximo a la estación, era una especie de hotel antiguo o una residencia, con muy pocas condiciones para ser un colegio. Los otros dos hermanos también fueron internados pero en diferentes centros. El más grande, de 11 años, fue a un centro de Vallvidrera pero estuvo poco tiempo. El segundo, con 9 años, fue internado en un centro religioso en Sant Feliu de Llobregat un año más tarde que los demás hermanos pues tuvo problemas con los papeles porque nació en Xàtiva. Las experiencias que sufrió en este centro fueron tan traumáticas que nunca las ha querido explicar, ni tan siquiera a sus hijas.

El colegio dónde fue a parar Amparo no era el típico centro con habitaciones enormes y altos ventanales. Al contrario, había habitaciones con ventanas normales dónde cabían dos, tres, cuatro, máximo seis niñas. El comedor estaba en el sótano, había una mesa larga con un banco de madera a cada lado y tenían una sala que utilizaban de aula, para hacer deberes, recibir las visitas, etc. Había entre cuarenta y cincuenta criaturas casi todas niñas. Los niños solo estaban hasta los siete u ocho años. Tres mujeres, Mercè, Eulalia y Amelia, hermanas, se ocupaban del internado.

Su experiencia en este centro también fue traumática y no ha querido hablar mucho de su paso por el colegio. Sentía vergüenza, no pena, de no haber sido querida. “Allí no eras nada, porque allí no había palabras, ni buenos ejemplos, ni reconocimiento de las cosas…” dice Amparo. Incluso estuvo sola el día de la Primera Comunión. Su padre no fue, posiblemente porque no lo avisaron. De hecho, su hija Elena es la que le ha insistido para que hable, pues no podían quedar en el olvido todos los padecimientos por los que pasó. Elena nos ha comentado que su madre, cuando recuerda aquella época, siempre le dice “el hambre, el frío, ni una caricia, trabajando todo el día, estábamos atemorizadas… ¡No lo olvidaré nunca!”

Recuerda como rebañaban los restos de lo que habían comido las señoras, migas de pan, huesos… Robaban la comida que podían de la cocina, patatas, boniatos que se comían crudos; los frutos de los árboles frutales no llegaban a madurar. Hacían turnos para rebañar los restos de comida que quedaban en las cazuelas y que flotaban porque las llenaban de agua para facilitar el lavado. La relación con las otras niñas era de complicidad y había bastante armonía y se ayudaban. Relata que como los familiares les traían paquetes con comida que las señoras metían en una habitación en el sótano, cerrada con llave, ellas entraban por la ventana y se subían una encima de otra hasta que llegaban a coger el paquete que estaba más a mano y después compartían entre todas el contenido. También, que tenían una especie de complot y vigilaban el momento que llevaban comida a los cerdos para recoger algún trocito de alimento que aún fuera comestible. Amparo nos dice que durante toda su niñez y hasta bien entrada la edad adulta, cada noche soñaba que comía.

El exceso de trabajo también era constante. Fregaba las escaleras de mármol a mano y con un estropajo hasta que quedaban blancas; subida a una escalera y con papeles de periódico limpiaba cristales; lavaba la ropa en unos lavaderos con pila grande; las hacían coser, remendando sábanas y otras piezas y girar los cuellos de las batas; también cosían bolsas de malla que eran para otras personas y ellas no recibían ninguna recompensa o remuneración por este trabajo; en la cocina no tocaban el fuego pero pelaban patatas, fregaban los platos y limpiaban la cocina; se ocupaban de una niña más pequeña, de cuatro o cinco años. Incluso, tuvo que cuidar de su hermano cuando enfermó de paperas. Una vez al mes se lavaban el pelo con petróleo para no coger piojos, pero si en alguna ocasión tenían, ellas se pasaban el peine una a la otra para sacárselos. Hablando de higiene personal, hace falta remarcar que, incluso un acto tan simple como la ducha, era un padecimiento, pues las obligaban a ducharse una vez a la semana ¡con agua fría! Amparo nos dice que los niños también hacían algún trabajo: sacaban hojas del jardín, el polvo, barrían…

No recuerda como, pero le encontraron una nota que había escrito dónde explicaba el trato que recibían y este hecho lo pagó muy caro. La castigaron suprimiéndole el derecho a recibir visitas (una vez al mes) y, claro está, de recibir el paquete. Lo peor fue obligarla a dormir sola varias noches, en una habitación cerrada desde fuera y dónde no había water. Para poder hacer pipí, tuvo que acercar la cama hasta el lavamanos… Incluso recibió una buena reprimenda de su padre, supone que él recibió amenazas de que si no aceptaba lo que había la echarían fuera. Una vez entraban allí las familias tenían que tragar mucho para que no las expulsaran.

Estuvo hasta los doce años. Su padre se casó en segundas nupcias y entonces la sacó, pero como ella dice “continuó haciendo limpieza general en casa porque era la chica”. Aun fue un tiempo a escuela hasta que cumplió catorce años y pudo ir a trabajar. Todos los hermanos empezaron de aprendices a esa edad. Amparo se distanció del padre, se acordaba mucho más de la madre. Al morir su padre fue incapaz de llorar. Una de las cosas que la marcaron fue que al morir la madre, su padre hizo que a ella y a sus hermanos les raparan el pelo. Eso no se le perdonó nunca porque lo hizo para no tener trabajo. “Fue un impacto terrible verme con la cabeza rapada”, cuenta Amparo. Le daba mucha vergüenza llevar la cabeza con el pelo rapado y lloraba mucho sola, por la noche, delante de su padre disimulaba.

Cuando salió no quería recordar nada, aunque el hecho de haber estado allí dentro le ha dado mucha personalidad y carácter. Amparo se hizo a sí misma y no se ha dejado dominar nunca, pero tampoco ha impuesto sus razones. Se casó a los diecinueve años, tiene una hija y un nieto. Siempre ha trabajado, incluso llegó a montar un pequeño taller de bisutería, pues era el oficio que había aprendido. Sabe valorar muchas cosas que la gente no hace. Valora todos los días que tiene, poder comer y lavarse, no pasar frío  y sobre todo, la compañía de la gente.

Día de la Comunión a Les Fonts, Terrassa. Años 40
Día de la Comunión a Les Fonts, Terrassa. Años 40

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