Amparo García Lomeña

VIVENCIAS

Amparo estuvo en el Hospital Asilo de San Rafael de Barcelona de 1942 a 1948.

Amparo Garcia Lomeña nació en Barcelona el 23 de enero de 1936. Su padre, marinero de profesión fue encarcelado a principios de la guerra, y ella y su madre lo siguieron a los lugares dónde estuvo preso. En la memoria de Amparo está grabada la prisión de Palma de Mallorca, recuerda lo mal que lo pasaba cada vez que iba con su madre a visitar a su padre, “cuando entraba y veía a mi padre allí pensaba que saldría, y siempre se quedaba.” Esta experiencia, siendo tan pequeña, la marcó profundamente.

En aquellos años pasaron muchas privaciones, y eso afectó su salud. Cuando tenía cerca de seis años un día en la escuela le dieron un golpe y se le formó un tumor blanco en la cadera (tumor blanco es el nombre que recibe la artritis tuberculosa en un miembro, dicha así por la tumefacción pálida que infiltra a los tejidos que rodean la articulación). A consecuencia de esta enfermedad fue ingresada en el Hospital Asilo de San Rafael de Las Corts de Barcelona, hoy desaparecido.

El padre Benito Menni, restaurador de la orden de San Juan de Dios, fundó en 1881 la orden hospitalaria femenina del Sagrado Corazón, a la que encomendó la gestión del Asilo de San Rafael para niñas escrofulosas y ciegas que creó en 1889 en el barrio de Las Corts. Más tarde este asilo se trasladó a Sant Genís dels Agudells y finalmente, a su actual ubicación de la Vall d’Hebron (Barcelona).

El Hospital acogía más de cincuenta niñas enfermas y estaba dirigido por monjas de la orden del Sagrado Corazón. A Amparo, de vez en cuando, la visitaban dos médicos de los huesos, el Dr. Prat y el Dr. Xandri. El tumor se le agravó y estuvo muy grave, tanto que la pasaron al final de la sala, con las niñas que estaban muriéndose, las monjas ya les tenían preparado, a los pies de la cama, el vestido de comunión que les serviría de mortaja. Por suerte, cuando el capellán fue a visitarla y le preguntó si quería ir al cielo a ver la Virgen, ella empezó a saltar sobre la cama gritando “No, no, no…” y esto posiblemente la salvó, porque se le reventó y le salió toda la porquería que tenía acumulada debido a la infección.

Fueron seis años perdidos para Amparo, allí a parte de rezar no hacían nada más, no aprendieron ni a leer, ni a escribir, ni a coser, nada de nada, esta es una de las cosas que no les puede perdonar. Eso sí, rezar lo hacían a todas horas, y ella, como no sabía rezar, pero debía mover los labios para que no la castigaran, iba diciendo “papa, mama, papa, mama…” Porque los castigos eran habituales, en especial mientras la directora fue sor Virginia, una mujer muy dura; el día de su marcha las monjas y las niñas lo celebraron con una merienda.

Uno de los motivos por los que recibió más castigos fue por hacerse pipi en la cama, los orinales se pasaban cada cuatro horas y, mientras tanto, tenían que aguantarse. Se debe tener en cuenta que eran niñas pequeñas que estaban enfermas, pero estas eran las normas y no se rompían por nada ni por nadie. Una de las veces que fueron sus padres a visitarla, su padre se dio cuenta que tenía ganas de hacer pipí, su madre fue al lavabo a buscar el orinal y se encontró con la sorpresa de que estaban cerrados. Cuando se lo pidieron a la monja, ésta les contestó que se aguantara, que si las otras niñas podían hacerlo, ella también. Su padre se discutió con la superiora, pero tenía que ir con cuidado, como acababa de salir de prisión, con cualquier denuncia podía volver. Ella estaba marcada, era la “rojilla” como su padre.

Otras veces, la habían subido a la azotea, a un cuarto donde guardaban las jaulas, unos aparatos de hierro que se ponían para que las sábanas no les tocaran la zona dañada, y la dejaban allá encerrada. Y cosas peores, como encerrarla con una niña muerta. Hoy todavía recuerda el frío y el olor de aquella habitación, cuando fue la monja a buscarla le hizo tocar a la niña y le dijo, “¿Está fría? pues más fría te vas a quedar si vuelves a mearte.”

Pero la castigaban por otros muchos motivos, por hablar demasiado alto, cuando le encontraban pan seco que no se había comido, etc. La comida no era demasiado buena, Amparo lo disculpa porque piensa que fuera había pocos recursos, comían muchas sopas de pan, pero el pan era muy malo y ella tenía poca hambre, así que lo escondía dónde podía, incluso dentro del forro de los libros que le traía su madre.

Las visitas de la familia eran cada quince días, y si por alguna razón no podían ir aquella semana, se tenían que esperar quince días más, una eternidad para Amparo. Incluso cuando estuvo tan grave, su madre pidió verla y le dijeron que llevara un ramo de flores bien bonito a la directora y ya verían si podía pasar. Su madre en vano llevó más de uno, en unos momentos que a duras penas le llegaba para la comida, pero no pudo verla ninguna vez. El día de la comunión fue especial, aunque al principio pensó que no la podría celebrar, su madre debía traerle el vestido que le había dejado una vecina, pero se acercaba la hora y su madre no llegaba, finalmente las monjas le dejaron un vestido de otra niña y la pudo hacer. También le dejaron la ropa de una niña muerta para poder salir cuando le dieron el alta, porque no tenía ropa tras seis años en el Hospital vistiendo sólo camisas de dormir.

Salir de aquellas paredes fue un motivo de alegría, pero también de tristeza al pensar en las compañeras que quedaban. Fuera todo era extraño para Amparo, las casas le parecían pequeñas y oscuras, y todo el mundo hablaba como a gritos. Cuando vio un perro por la calle se asustó, no había visto ninguno, durante la guerra y los primeros años de posguerra no se veían perros ni gatos. Las dificultades no acabaron cuando salió del Hospital, la vida en familia, que tanto había soñado, no fue lo que esperaba, el padre ausente y la madre que no respondió a las necesidades de afecto de una niña que estaba muy falta de cariño. Las diferencias con su hermano pronto se hicieron evidentes. Descubrió que como mujer no lo tendría fácil. Mientras su hermano, el chico, tenía todas las facilidades por estudiar, ella tenía que ayudar en casa, i si quería aprender algo tenía que hacerlo por su cuenta, robándole horas al descanso. Se convirtió en una autodidacta.

Los problemas económicos familiares seguían y tenía que ir con su madre y su hermano a recoger lo que les podían dar en el bar de unos amigos que hacían comidas para los trabajadores del muelle. Amparo pasaba mucha vergüenza, pero si no iban no comían. Su padre estaba embarcado y cuando volvía les traía latas de leche y comida de su ración que les había guardado, aquel día era una fiesta. Para ayudar económicamente en casa, se puso a trabajar, primero acompañando a su madre a hacer faenas y después en un taller de barajas de cartas. Pasó por diferentes trabajos hasta que entró en un taller de costura dónde aprendió a coser y, importante para ella, a hablar en catalán.

A los diecisiete años Amparo se hizo militante de las JOC (Juventud Obrera Católica), era su manera de luchar contra la explotación de la clase obrera. Entonces, entró a trabajar en Radio y Televisión Iberia, en una cadena de montaje, dónde demostró su fuerza como militante y consiguió que se aceptaran sus reclamaciones y mejoraran las condiciones de trabajo de todas las compañeras. Pero los nervios y la tensión acumulados afectaron su salud. Sufrió una caída a consecuencia de la cual estuvo muy grave, a punto de perder un riñón. Nunca olvidará los años de lucha y los compañeros encarcelados y represaliados. Pero también hubo momentos buenos, organizaban excursiones y salidas semanales, había mucha camaradería entre ellos, siempre se ayudaban los unos a los otros.

Desde el momento que conoció a Joaquim y se casaron, encontró la felicidad que se le había negado durante tantos años. Como le gustaba decir a Amparo, “Joaquim es el compañero, el padre, la madre, el hermano, todo, todo está en él.” No pudieron tener hijos, pero se tenían el uno al otro, rodeados de animales que les daban compañía y afecto, como un loro, semejante al que su madre le hizo vender cuando era jovencita.

Amparo era una niña sensible, que no podía ver sufrir al prójimo, y siempre estaba dispuesta a compartir lo poco que tenía. Aquella niña se convirtió en una persona que se rebelaba ante las injusticias, ella y Joaquim lucharon por lo que creían justo, los periódicos de Reus son testigo. Era una mujer luchadora y fuerte, pero a la vez tierna y llena de afecto, que quería y era querida. Nos dejó en octubre de 2017.

Dio su testimonio oral en la investigación histórica sobre las niñas y niños que estuvieron en los centros tutelares y benéficos del periodo franquista efectuado por las historiadoras que realizan la investigación, y prestó su voz e imagen en la edición del documental Darrere la finestra. Vida quotidiana als centres de menors franquistes (R. Mamblona, 2006), elaborado con la ayuda económica del Memorial Democràtic de la Generalitat de Catalunya.

Amparo con su madre
Amparo y su madre con una vecina y su hijo. Están en el pueblo de Málaga, final Guerra Civil o principios de los años 40
Amparo un poco antes de ingresar en el Hospital Asilo San Rafael
En el Asilo San Rafael, Amparo tenía unos 8 o 9 años
Foto en la que se aprecia la intensidad del tumor que sufría Amparo
El día de la comunión de Amparo
El día de la comunión de Amparo
Delante y detrás de una felicitación de Navidad del Asilo San Rafael. Amparo es la 5ª niña de la izquierda
Delante y detrás de una felicitación de Navidad del Asilo San Rafael. Amparo es la 5ª niña de la izquierda
Amparo y su marido Joaquín, junto a Joan Saura i Laporta en una cena de Iniciativa per Catalunya celebrada el 28 de octubre de 2006

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