Montserrat Font Gasca
VIVENCIAS
Montserrat estuvo en el centro Torre Ametller (Auxilio Social de la Falange Española) de Cabrera de 1948 a 1949.
De 1949 a 1957 estuvo en el Hogar número 1 El Pinar de Barcelona.
Montserrat Font Gasca, nació en Barcelona el 8 de agosto de 1945. África, su madre, fue una mujer valiente que, en los años cuarenta, cuando la sociedad estaba sometida a las normas franquistas del nacional-catolicismo dirigidas a las mujeres, se separó de su marido, alcohólico. El precio que pagó fue alto, sola y con dos criaturas pequeñas, tuvo que ponerse a trabajar de enfermera y buscar un lugar donde se hicieran cargo de sus hijas.
Gracias a su afiliación a la Sección Femenina –había estudiado enfermería durante la República y más tarde con la Sección Femenina-, pudo ingresar a Montserrat y a su hermana Maribel, tres años mayor, en un Hogar de Auxilio Social. En concreto en la Torre Ametller de Cabrera, donde ella trabajaba.
Era el año 1948 y Montserrat tenía tres años y medio, pero a la Sección Femenina no le gustaba que las madres estuvieran con sus hijos, así un año más tarde, con la excusa de que Maribel ya era muy mayor, las trasladaron al Hogar nº 1, El Pinar, una torre situada en la montaña del Tibidabo de Barcelona, que hoy aun existe. Su madre solo pudo conseguir que no separaran a las dos hermanas, por este motivo Montserrat fue una de las niñas más pequeñas de El Pinar.
Lo que ha marcado más a Montserrat de su paso por Auxilio Social es la falta de afectividad. La disciplina era lo que marcaba el día a día, “en fila, sin hablar, en silencio”. También recuerda el miedo. La “habitación de las pequeñas”, estaba situada arriba, debajo de una torre acabada en punta y coronada con una aguja, y era la más desamparada de todas. Tenía tres ventanas por donde se filtraba el viento. El aullido era especialmente aterrador durante las noches de tormenta. Aún hoy le dan miedo los truenos y relámpagos.
La comida era mala y la sensación de hambre persistente. Para engañarla mojaban la galleta de la merienda con un poco de agua, como si la mojasen en la leche, así les llenaba un poco más. No ha olvidado la carne de ballena, que los americanos enviaban a Franco: “la carne de ballena era horrorosa, yo tengo… es que hacia una mala olor, es que no podéis imaginar… Y el aceite oscuro, negro, y la carne era negra, pero es que te lo tenias que comer ¡eh!”.
Había unas niñas que eran la envidia del resto de compañeras. Montserrat explica que estas niñas debían estar más desnutridas que el resto y les daban, de cuando en cuando, una tortillita de patatas. Y ella, como otras, se pirraba por comerla, aunque no lo consiguió nunca. Había compañeras que aún estaban mucho peor, ella y su hermana tenían la madre que les podía llevar paquetes con comida, ropa y otras cosas, estas niñas no tenían a nadie. Pasaban tanta hambre que se comían lo que las otras dejaban, como los restos de la fruta. Una compañera, de las que ha reencontrado ahora, era una de estas niñas y le ha explicado como ella, cuando las veía comerse una manzana, pensaba: “no la rasques tanto, no la recomas tanto, déjala, déjala…”
Uno de los castigos que más hacía padecer a Montserrat era cuando las dejaban sin ver a la familia. Las visitas eran cada 15 días, y era muy doloroso saber que la madre estaba con Maribel y ella no la podía ver porque estaba castigada en el patio. Otro castigo era dejarlas sin ir a la sesión de cine que les hacían de vez en cuando. También recuerda los bofetones y cuando las ponían de rodillas, pero no otros castigos físicos más fuertes…, era más bien el miedo y las humillaciones verbales que padecían lo que las tenía en constante sobresalto.
A las que se hacían pipí en la cama les envolvían la sabana meada en la cabeza delante del resto de compañeras. Una de ellas le ha explicado a Montserrat que intentaba aguantar sin dormir toda la noche, porque cuando se tumbaba y se dormía era cuando se hacía pipí: “me quedaba sentada todas las horas que podía…”, esto con solo seis o siete años.
Las duchas eran con agua fría y muy vigiladas, se tenía que cuidar la moral. La cabeza se la lavaban en unas palanganas de zinc, una con agua y jabón, otra con vinagre, para los piojos, y para aclarar, una con agua limpia. Limpia la primera, porque pasaban una detrás de otra y la última… como debía de estar el agua! En época de piojos les ponían DDT y les envolvían la cabeza con un trapo durante una horas para matarlos.
También recuerda que hacía mucho frío, suerte que su madre les llevaba una especie de “refajos” gruesos y ásperos, para protegerlas un poco del frío, y zapatos.
Sólo cambiaba un poco la rutina cuando había alguna celebración, las tradiciones se cuidaban mucho. Los Reyes les traían cuerdas para saltar, bolsitos de plexiglás, costureros… A su hermana le trajeron una muñeca “pepona”, pero Montserrat no recuerda si ella también tuvo una.
Cada 30 de octubre las llevaban al Teatro Tívoli, donde celebraban la fiesta de Auxilio Social, las montaban en una furgoneta “rubia”. También recuerda que: “De la Casa Ametller nos montaban en camiones, que yo no tenía los cuatro años aún, nos montaban en camiones y nos bajaban a la playa de Montgat”.
En El Pinar podían estudiar, ella salió con el ingreso de bachillerato hecho, pero también les enseñaban a coser y bordar, tareas específicas de niñas. Maribel y las otras compañeras mayores hacían mantelerías y otros trabajos de bordado que después regalaban a las mujeres de los jefes de Auxilio Social. Montserrat recuerda haber ido con otras niñas a llevar estos regalos a la Casa Fuster, que era donde estaba la sede de Auxilio Social.
Finalmente, cuando tenía 11 años y medio, su madre pudo convencer a su abuela, que vivía en El Frasno, que viniera a vivir a Barcelona con ella y poder sacar a las niñas de Auxilio Social. Así lo hicieron, pero una vez en casa la vida siguió sin ser fácil, la abuela tenía muy mal genio, pero como mínimo estaban con su madre. Montserrat siguió estudiando el Bachillerato y a los 14 años ya trabajaba.
Como ella dice, fueron tiempos malos y difíciles, que ha preferido olvidar en la medida de lo posible. Pero hace unos años decidió recuperar estos recuerdos y buscar otras compañeras de El Pinar. Como primer paso escribió una carta que envió a diversos periódicos. La respuesta le llegó de la mano de Magda Sampere, de Gran Angular, que se interesó por el tema y le propuso hacer el documental “Les nenes del Pinar” (Las niñas del Pinar). Ahora son una cuantas las “niñas” que se han reencontrado para compartir recuerdos y a la vez cerrar heridas y librarse de la pesadilla de aquellos años en un Hogar.
La falta de afectividad que padeció durante los años de infancia y juventud marcaron el carácter de Montserrat. Quien no ha recibido no sabe dar. Por suerte ahora es una mujer nueva.. Con Pere, su marido, disfrutan viajando por todo el mundo, siempre que pueden. Toda la afectividad y amor que tenía guardados en el corazón los está volcando en su familia. A su marido, a su hija y su hijo y, muy especialmente, a su nieto y su nieta.