Roser Segarra Candel
VIVENCIAS
Roser estuvo en un centro en Arenys de Mar de 1936 a 1939.
De 1936 a 1939 también estuvo en un centro de Barcelona.
Finalmente, de 1939 a 1949 estuvo en el Pensionado Monjas de la Orden de Cristo Rey en Barcelona.
Rosario (Roser) Segarra Candel nació en Barcelona el año 1933, en época de la Segunda República. Eran tiempos convulsos, pero la situación aún se volvería más difícil. En 1936 el país se agitó con el estallido de la guerra. En casa de Rosario también vivieron una gran conmoción, con seis meses de diferencia murieron su madre y su abuela. El padre se encontró solo con cuatro hijos pequeños, Julia, María, Rosario y Alfredo. Esta situación familiar hizo que a través del Ayuntamiento, los cuatro hermanos ingresaran en un colegio de Arenys de Mar. En aquellos momentos Rosario tenía cuatro años y su hermano uno.
El centro era grande, tenía un bosque con pinos, eucaliptos…, estaba a cargo de personal civil, ella habla de unas chicas vestidas de blanco, que eran las que los cuidaban. Daban clases para los niños y las niñas mayores, mientras los pequeños jugaban. En él se encontraban bien aunque la comida no era demasiado abundante, casi siempre comían coliflor y judías hervidas, que a Rosario no le gustaban mucho. También recuerda un pan de maíz muy bueno, que comían para desayunar con la leche. Poco a poco, el frente de guerra se fue acercando y los soldados ocuparon parte del colegio y con ellos llegaron los piojos. Para combatirlos les raparon el pelo.
También llegaron las bombas; cuando oían las sirenas todo el mundo iba al túnel que comunicaba el colegio con el hospital de al lado. Entonces tenían que coger la manta, vestirse rápido y “corre, corre” hacia el túnel.
Rosario tiene un buen recuerdo de su paso por este colegio, jugaban, eran libres, hacían excursiones, algunas para ir a recoger fruta, con la que hacían dulces, iban a la playa…
En 1939, con el final de la guerra, la vida de Rosario y sus hermanos dio otro vuelco. Lo primero que notaron fue el cambio del personal que los cuidaba, sustituyeron las personas que hablaban en catalán por otras que hablaban en castellano. Después el colegio fue ocupado por la Falange y los niños y niñas que todavía quedaban -muchos ya habían vuelto con sus familias o se habían marchado por su cuenta- fueron trasladados a otros centros. En estos momentos separaron a los hermanos más pequeños, Rosario y Alfredo, que fueron a Barcelona a un colegio de monjas de Cristo Rey, que tenían dos casas una para niñas y, otra, para niños, así que nada más llegar los separaron. Las dos chicas mayores, María y Julia fueron a otro lugar (Rosario no sabe a qué institución). Durante muchos años no supo nada de ellas. Rosario se quedó sola, echaba mucho en falta a Alfredo y se escapaba siempre que podía para ir a verle. A partir de esa separación los hermanos se distanciaron y ya nunca han podido recuperar el tiempo perdido.
Los primeros cuatro años fueron muy duros, además de hacer el trabajo, la comida era escasa y de poca calidad, su hermano perdió la salud, estaba muy delgado y desnutrido. Su padre lo sacó y lo llevo a casa para que lo cuidaran sus hermanas mayores que ya habían salido del centro dónde estaban. Ahora Rosario estaba totalmente sola.
Poco a poco, las niñas y niños que tenían acogidas las monjas de Cristo Rey fueron marchando y las monjas cerraron el centro y se trasladaron a otra casa, un pensionado para niñas. Rosario con cuatro o cinco niñas más las acompañaron para encargarse de la limpieza y “los mandados”. Estos “mandados”, entre otras, cosas consistían en acompañar a una de las monjas a recoger dinero por las casas y las empresas que hacían donativos para los huérfanos, en el verano incluso iban por los pueblos a pedir.
En el pensionado había 50 niñas de pago, había biblioteca, libros, se hacían fiestas… Pero todo esto estaba prohibido para Rosario y las otras niñas acogidas, ellas estaban para trabajar. Tenían que encargarse de hacer todo el trabajo, en el colegio las monjas sólo tenían una cocinera. A las cinco de la mañana se levantaban para ir a misa y después empezaba la jornada de trabajo, había días que estaban hasta las doce de la noche lavando la ropa de las internas. Ellas dormían en una habitación aparte en el piso más alto dónde estaban los lavaderos, aunque la vida seguía siendo muy dura, la situación mejoró y la comida también era mejor y más abundante. Llevaban un uniforme negro con la falda larga como de monja, dice Rosario. Después cuando las monjas abandonaron el suyo, a ellas les dieron una blusa blanca.
En este periodo Rosario se puso enferma, sufrió enfermedades de la piel y del estómago, también tenía grandes infecciones de garganta con mucha fiebre, pero nunca la visitó un médico. A veces la enviaban a ella misma a la farmacia a buscar algún medicamento para la infección, pero no le hacía ningún efecto, porque lo que necesitaba era penicilina, que en aquellos tiempos era escasa. Estuvo sufriendo esas infecciones hasta que salió del colegio y la operaron.
Los estudios fueron mínimos, sólo un profesor que se ofreció a darles clase por la noche y llevarlas a examinar fuera. Tampoco les dieron clases de costura o labores, sólo lo que aprendían haciendo el trabajo, repasando la ropa, zurciendo las medias de las pensionistas y de las monjas… Ella quería estudiar enfermería, pero las monjas nunca la dejaron.
A los dieciséis años salió del centro, pero ya era muy tarde para recuperar la vida familiar en casa de su padre, sus hermanas se habían casado y tenían su propia vida. A los 21 años marchó a Venezuela dónde todavía vive con su familia.