Encarna Estadella Comas

VIVENCIAS

Encarna estuvo en el centro Grupo Benéfico de Barcelona de 1935/36 a 1937.

De 1937 a 1939 estuvo en un centro de Aiguafreda.

De 1939 a 1941 volvió al centro Grupo Benéfico de Barcelona.

Finalmente, de 1941 a 1947 aproximadamente estuvo en un centro de la calle Roger de Flor de Barcelona.

Encarna Estadella Comas nació en Barcelona, el 11 de marzo de 1928. Con 7 u 8 años, no recuerda la edad con exactitud (en 1935 o 1936), entró en el primero de los cuatro centros por los cuales pasó a lo largo de 12 años de su vida.

Nuestra protagonista nos dice que no puede explicar mucho de aquella época porque no se acuerda. Entendemos la dificultad en recuperar las vivencias de hace tantos años. Los acontecimientos por los que una persona va pasando a lo largo de la vida van colocando capas sobre la memoria, capas que, a veces, ya se han endurecido tanto que es muy difícil retirarlas para que surjan nuevamente aquellas experiencias vividas. Pero siempre emerge algún recuerdo, algún detalle de aquello que se vivió y, poco a poco, se puede reconstruir la memoria. A veces esta reconstrucción queda inacabada y es necesario aportar material de otras vivencias, de otros recuerdos y, así, a trocitos, construimos el edificio entero. Por eso, aunque con vacíos, también es importante el relato de Encarna.

El primer lugar en el que entró Encarna fue el Grupo Benéfico ubicado en la calle Wad-ras (actualmente, calle de Josep Trueta), en el barrio de Poblenou de Barcelona. Eran tiempos de la II República. Durante la guerra civil fue trasladada a un centro de Aiguafreda, y ya en el periodo franquista, volvió al primer centro. Más tarde, hasta que se casó, estuvo en un centro de la calle Roger de Flor, con un breve paréntesis, ya que a causa de un castigo la enviaron a otro centro pensado como reformatorio para chicas.

Los motivos del internamiento fueron familiares. Los padres no se avenían y los dos querían quedarse con la hija, así que tuvo que decidir el Tribunal Tutelar de Menores. Ella quería quedarse con su madre, incluso llegaron a preguntárselo, pero en aquellos momentos las mujeres no tenían los mismos derechos sobre los hijos que ahora. Lo cierto es que, al final, acabó internada en el Grupo Benéfico. Todavía no había comenzado la guerra. Tiene pocos recuerdos de esta primera etapa. Uno de ellos es que cantaban La Internacional. También recuerda que siempre estaba enferma. La separación de la madre fue un golpe muy duro para ella. Cree que el disgusto tan grande que tuvo fue la causa de estar siempre enferma.

De este primer momento, lo que más le ha quedado grabado –no es extraño- son los bombardeos mientras estuvo en la calle Wad-ras. En alguna ocasión, había coincidido un bombardeo cuando la madre había ido a visitarla, cosa que podía hacer cada quince días. Cuenta que iban corriendo hacia unos sótanos que había en el centro, puesto que el edificio era muy grande (en realidad era un conjunto de edificios). «¡Unas carreras que había!», dice Encarna. A ella le daban temblores y pasaba un miedo… La madre casi se asustaba más de lo que le pasaba a la hija que no de las propias bombas… Había niñas de toda clase. Algunas eran muy tranquilas. A veces, cuando estaban cenando, comenzaba el bombardeo y ellas se quedaban cenando tranquilamente, mientras que las otras salían corriendo hacia el sótano. «Cada una, verdad, es como es…», justifica. Ella estaba más tranquila con las otras niñas y no cuando se quedaba sola con la madre porque entre todas formaban piña y de la otra manera se sentía más desamparada.

El primer ataque aéreo en Barcelona tuvo lugar el 13 de febrero de 1937, y uno de los barrios más afectados por los bombardeos fue Poblenou. Era una zona fabril y muchas de las fábricas, durante la guerra, las reconvirtieron y fabricaban armamento. A partir de esta fecha, los ataques al barrio fueron constantes. Seguramente, por este motivo, tomaron la decisión de evacuar a los niños y niñas del Grupo Benéfico, ante el peligro evidente que corrían. No sabemos si sólo fue a los más pequeños. Por cierto, en la primavera de 1936, este centro cambió de nombre y pasó a llamarse Jean Jacques Rousseau.

A Encarna la trasladaron a la torre La Llobeta, situada en el pueblo de Aiguafreda, muy próximo a la ciudad barcelonesa. Actualmente, es una casa de colonias para escolares. Teniendo en cuenta la fecha en que se iniciaron los ataques aéreos, seguramente, marchó de Poblenou a lo largo del mismo año 1937, puesto que en la primavera de ese año fue cuando los ataques se intensificaron y fueron más continuados.

Tenía 9 años. En Aiguafreda estaban más bien porque no les bombardeaban, pero para ella seguía siendo una mala época, tanto por estar en un centro como por la situación de guerra, con las penurias que esto comporta. Les daban leche y carne enlatada que venía de Rusia. Para complementar la alimentación, iban por los campos a ver que encontraban. Tan buenas eran unas zanahorias como unas algarrobas… Hubo una epidemia de sarna. Encarna «veía como les curaban con un estropajo, con un estropajo, eh. Les frotaban para sacar las costras. Con un estropajo, una cosa, recuerdo, ¡tremenda! ». Ella no la tuvo aunque dormían todos juntos (no sabemos si sólo había niñas o también niños), ya que los dormitorios eran unas salas grandes. Como que allí hacía mucho frío, le salieron sabañones. ¡Tenía las piernas llenas!

De estudios, no les enseñaban mucho, seguramente por la situación de guerra que vivían. Pero sí hacían labores. Las llevaban a la orilla del río o a lugares donde hubieran muchos árboles. Lugares tranquilos. Allí hacían labores, por ejemplo, bolsas bordadas a punto de cruz. Recuerda haber aprendido a hacer frivolité: «Se hacen unas puntadas y unas anillas y con estas anillas se pueden ir haciendo una especie de puntillas». Frivolité es una técnica hecha con un ganchillo, tejiendo una malla. A las niñas se les enseñaba muy pronto a coser y bordar. Ella dice que antes de entrar en el Grupo Benéfico ya lo había hecho y recuerda  un tapete que ahora no sabe dónde está.

Cada 15 días recibía la visita del padre y la madre. Aquel día era una fiesta porque iban los tres a comer al mesón. En la torre La Llobeta había unos cuidadores de la finca que la apreciaban mucho, por eso le vendían a la madre verduras y otros productos. ¡Mira por dónde! El hecho de estar ella en aquel centro beneficiaba a la familia, porque en Barcelona era prácticamente imposible encontrar comida y, menos aún, verdura fresca. Encarna siempre ha recordado mucho aquella familia que se portó tan bien con ella y su madre.

Cuando entraron los nacionales volvió al Grupo Benéfico. Tenía unos 12 años. El canto de La Internacional cambió por la canción alemana Detschland, deutschland über alles! [himno alemán]. Y «mucha misa, nos dice». Ella hizo la comunión allí, vestida con un uniforme estilo marinero. La celebración la hicieron en el patio instalando unas mesas larguísimas. El patio era muy grande y opina que el edificio era muy bonito. Había un pabellón y un jardín para las chicas. Después, había un patio comunitario para los chicos, ellas quedaban separadas, arriba. El edificio era muy grande y bonito por dentro. En uno de los lados había la enfermería, en el otro, la iglesia y las cocinas estaban situadas en el sótano.

Hubo muchos casos de tuberculosis y las llevaron a revisar los pulmones a los Dispensarios Blancos. Estos dispensarios, en su inicio, se llamaban Instituto Antituberculoso del Doctor Moragas, pero más tarde pasaron a denominarse Dispensarios Blancos. Cuando tenían piojos las ponían todas en fila y «ale, ¡todas peladas! ¡Que parecían chavales!», explica. Opina que todo lo hacían «a bulto». Si alguna tenía apendicitis o anginas, operaban a unas cuantas. Ella sufrió las dos enfermedades y la operaron en el Clínico.

Tanto antes de la guerra como después, habían niños y niñas, pero a partir de 1945, las niñas fueron distribuidas a otras instituciones propias como la Escuela Femenina de Educación, la Escuela del Hogar o la Escuela Agrícola de Palau de Plegamans. No recuerda haber visto monjas pero sabemos que, al menos después de la guerra, sí que hubo. Se ocupaban de la intendencia, de la cocina, de la lavandería… Pertenecían a la orden de la Sagrada Familia. Tanto en el periodo republicano como en el de entonces, había señoritas y educadores. Recuerda el nombre de Ramón Albó llevando el centro. De hecho, el lo dirigió poco tiempo, ya que a principios de 1939 nombró director a José Talayero, inspector de enseñanza y falangista muy relacionado con Auxilio Social. Pero claro, Albó había sido el impulsor de la creación del Grupo Benéfico a principios de siglo y, además, ostentaba cargos en muchos organismos y instituciones, entre los cuales  el centro de Wad-ras, así que no es extraño que fuera conocido allí.

Recuerda haber ido al cine una vez. Salieron todas a la calle vestidas con batas y la gente enseguida las identificaba con niñas del hospicio. Eran de rayitas azules. Grises  con rayas azules. Era el uniforme. Los zapatos que llevaban eran muy duros y pesaban mucho. Los recuerda porque le hacían unas llagas de miedo… Eran de su talla pero no sabe de que material estaban fabricados que pesaban tanto. En invierno iban más abrigadas de debajo pero llevaban la misma bata.

Aquí, de educación tampoco recibió mucha. Ni antes de la guerra ni después. Le hace rabia que ni durante la República le enseñaron catalán. A pesar de ello, no se conforma y actualmente, con la ayuda de libros y el ordenador, va aprendiendo. Está orgullosa del esfuerzo que hace. Volviendo a la calle Wad-ras, allí aprendió lo más básico: gramática castellana, las cuatro reglas y poco más. Castigos, no recuerda. Ella se declara «muy dócil» y dice que puede que los niños recibieran más. Observó que allí había una parte que podía ser reformatorio y quizás, en este lugar, los castigos podían ser más duros.

«En Roger de Flor entré a los 13 años y enseguida me pusieron a trabajar, a trabajar». Así empieza Encarna a explicarnos el cambio a un nuevo centro. No recuerda el nombre pero por la dirección que nos da creemos que puede ser la Escuela del Hogar. Este centro, en los libros y documentos de la Junta y el Tribunal, aparece domiciliado en la calle Roger de Flor, 196, de Barcelona, la misma dirección en la que ella ubica el centro donde estuvo. Nos comenta que actualmente hay un CAP de la Seguridad Social. Lo describe como un edificio de dos plantas. Abajo estaba el despacho de la directora, su dormitorio, la cocina, el comedor de las internas y el comedor personal de la directora. También dos dormitorios para las chicas y lavabo. En el piso superior había un taller de costura y más habitaciones para las chicas. Había unas 30, entre 13 y 23 años.

La vida diaria en Roger de Flor fue mucho más dura que en el Grupo Benéfico. Para empezar, de personal sólo recuerda dos personas, la directora y una cocinera. A la directora la llamaban señorita y parece ser que tenía un carácter muy fuerte porque Encarna nos dice que «¡podía con todas!». Así pues, a las internas les tocaba hacer la faena. Cada una tenía la suya, cambiándola cada semana. Ahora, hacer la cocina; ahora, las habitaciones; ahora, el despacho o los lavabos… También ayudaban a hacer la comida porque eran unas treinta chicas y una sola cocinera no podía con todo. Además, a la señorita le hacía una comida especial, ella no comía con las jóvenes, ni lo mismo. Recuerda Encarna que en verano, si querían ir a la playa y, por ejemplo, aquel día tocaba hacer patatas, antes de marchar tenían que pelarlas y con tanta gente como eran ¡hacía falta pelar unos cuantos quilos! La comida era normalita, no recuerda haber pasado hambre. Y el domingo, único día no laboral para casi todos en aquella época, también se tenía que hacer la faena. Lo dedicaban a lavar y planchar la ropa. Ella tenía sabañones pero este hecho no le ahorraba tener que hacerlo. Si le sangraban, pues era igual. ¡Lo que tocaba, tocaba! También se confeccionaban la ropa. Encarna exclama: «Nos lo teníamos que hacer todo, todo, todo».

En alguna ocasión salían e iban al cine Triana, en la calle Valencia, 379, porque estaba cercano al centro, pero muy, muy pocas veces. A misa iban cada domingo, a una parroquia que todavía hoy existe, entre Roger de Flor y Mallorca. Ahora, al lado, hay un colegio. Al centro, de vez en cuando iba un cura que era primo de la directora pero sólo a visitarla. Recuerda que este señor, si tenía ocasión, tocaba alguna niña. Disimulando, con una sonrisa, acariciaba afectuosamente la cara, pero la mano acababa bajándola hasta tocar otras partes…

Celebraban pocas cosas de manera especial. En fiestas como Navidad cambiaban un poco el menú de la comida, pero ella cree que en comparación con lo que se hacía en las casas, no era ningún cambio significativo. Naturalmente, iban a misa del gallo.

A ella, tan pronto llegó al centro, la enviaron a trabajar. A coser. Daba todo el sueldo que ganaba, excepto un 5%, le parece recordar. Nos dice: «Una miseria». Seis años estuvo en el centro y el dinero no le llegó ni para comprarse un vestido de novia cuando se casó. Sólo le llegó el dinero para un traje de chaqueta azul, de manga larga. Y si necesitaba jabón, pasta de dientes o cualquier otra cosa de higiene o vestir, tenía que pagárselo ella. Como que no le llegaba el dinero para poder adquirir estos artículos, no le tocaba más remedio que llevarse trabajo a casa y coser por la noche, para sacarse un dinero extra. De vez en cuando se tomaba una simpatina, un producto farmacéutico hecho a base de anfetamina sódica, muy utilizado durante aquellos años por estudiantes y trabajadores, ya que era un estimulante y evitaba tener sueño. En el centro sólo les daban cama y comida, como si estuvieran en una pensión. El lugar de trabajo lo proporcionaba la Escuela. Básicamente las preparaban para hacer de modistas especializadas en lencería. Solía haber personas que iban a pedir aprendizas. Seguramente, confiaban más en las chicas internas porque eran jóvenes muy controladas. Ella cambió de trabajo alguna vez pero en ninguno de ellos la aseguraron y ahora no tiene pensión de jubilación, y eso que ya trabajaba a los trece años. 

Una travesura le costó muy cara a Encarna. Quizás ni tan solo la podemos llamar así, sino un acto que en plena adolescencia no era más que el deseo de pasar un rato de ocio y distraerse un poco. Las chicas de su edad, por pobres que fueran, al menos podían salir con las amigas e ir de paseo, pero a ella y sus compañeras esto les estaba prohibido. Fue una compañera, otra chica interna, la que a menudo le insistía en ir al cine cuando salieran del trabajo. Encarna dudaba, pero al final no pudo resistirse y se encontró con esta compañera al salir del trabajo y fueron al cine Moderno, situado en la calle Girona, 175. Allí había espectáculo de baile y canto que se conocía con el apelativo de varietés. No recuerda el nombre, pero sabe que actuaba un cantante y bailarín de flamenco que fue muy importante en la época. Claro, llegaron muy tarde al colegio y se armó la gorda.

A aquella chica, como era el Ayuntamiento el responsable de haberla ingresado, la echaron. A ella, que estaba tutelada por el Tribunal de Menores del cual dependía la Escuela, la internaron, castigada, en un colegio situado en la Bonanova, pero no recuerda el nombre. Dice que estaba situado en la calle Folguerolas (actualmente Folgueroles), por eso pensamos que podía ser la Escuela Femenina de Educación. En tono irónico, nos dice: «Lo pasé bien, ¿sabes? ¡Hacíamos unas curas de peso! Unas comidas buenísimas, y trabajabas como máquinas… Hacíamos guantes, calcetines… ¡Cómo máquinas, allí trabajando!». Tenía unos 16 años y era invierno. Se duchaban con agua fría. En los tres meses que estuvo perdió 7 u 8 quilos y se le retiró la menstruación. Por suerte pudo escribir una carta a la directora de Roger de Flor pidiéndole perdón y pudo marcharse.

Del centro de Roger de Flor salió porque se casó. Tenía 19 años. El 27 de abril de 1947 se celebró la boda. Conoció a su marido porque era el hijo de los porteros de un edificio muy próximo al centro. Cuando ella volvía de trabajar, el se le acercaba, se fueron conociendo y sólo 7 meses más tarde se casaron. Reconoce que fue muy precipitado, pero ella tenía muchas ganas de salir del centro y si no hubiera estado por la boda ¡se habría quedado hasta los 23 años. En la edición publicada de la Memoria de 1950 de la Junta Provincial de Protección de Menores de Barcelona, en el apartado dedicado a la Escuela del Hogar, hemos leído cinco fechas «memorables en la institución por haberse celebrado en cada una de ellas la boda de una de sus educandas». La última que detallan corresponde al 27 de abril de 1947, fecha que coincide con la de la boda de Encarna. Creemos que no es una casualidad, sino que se trata de su boda.

El matrimonio no salió del todo bien. Encarna tuvo que aguantar mucho a lo largo de los 45 años que duró la convivencia. Al principio, vivieron en el pequeño piso de los porteros. Convivían los padres, una hija (hermana de su marido), ella y su esposo y dos de sus hijos. La situación se convirtió en insostenible. A principios de los sesenta, se trasladaron a su propio piso, en la calle Valencia, dónde nació su tercer hijo. Entraron a vivir casi sin muebles. El piso también era pequeño. Como anécdota, nos explica que ponían una madera encima de la máquina de coser y allí comían.

Trabajaban los dos «como burros». El hombre, al menos era trabajador, y le daba el jornal de la semana o del mes. Ella, trabajó mucho tiempo cosiendo lencería. Tenía buenas clientas. Recuerda una enfermera de la Oficina Central del Niño (también ubicada como la Escuela del Hogar en la calle Roger de Flor, 196, muy cercana a su domicilio) que le encargó todo el ajuar de novia. Pero tuvo que dejarlo cuando empezaron a venderse las piezas hechas de confección porque nadie quería pagar por horas, así que ella también se dedicó a la confección. Había cosido piezas preciosas, de pura artesanía. Eso sí, no tenía vacaciones. Siempre iba a todas partes con el trabajo a cuestas, en la playa o en la montaña. De tanto trabajar en la máquina de coser le han quedado secuelas físicas en la espalda. Y, como tantas y tantas mujeres, después de pasarse la vida trabajando resulta que ahora no tiene derecho a una pensión porque nadie cotizó por ella a la Seguridad Social y ha de vivir con la paga de viudedad.

Encarna no tuvo hermanos. Por suerte, nunca perdió el contacto con su madre. Con el padre sí, no lo vio nunca más. Su madre siempre la visitó. La veía de vez en cuando. Piensa que era una buena mujer pero que las circunstancias que la rodearon no le fueron favorables. Cuando se instaló en el piso de la calle Valencia, ella iba cada jueves a comer con su hija y a ver a los nietos. Llevaba los postres y para el niño más pequeño, una pasta. La madre padecía asma y murió con 62 años. «Era una buena persona, quería mucho a mis niños…», nos dice.

Cuando le preguntamos el balance que hace de todos aquellos años, nos comenta que siempre hay cosas peores, y que como ya no puede cambiar nada, «nos hemos de conformar con lo que nos ha tocado. […] Conformarse y ya está, y pensar que siempre ha habido personas peor».

Encarnació
Encarnació
Encarnació con su marido

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