Eva Molló Novoa
VIVENCIAS
Eva estuvo en el centro Hogar Nuestra Señora del Coll de Barcelona de 1961 a 1963 en una primera etapa y de 1963 a 1966 en una segunda.
De 1966 a 1972 aproximadamente estuvo en la Institución Santa Ana de Palau de Plegamans (Barcelona).
Eva Molló Novoa nació en Barcelona el mes de mayo de 1958. Un vecino denunció a su madre a la Protección porque la dejó sola en casa. El Tribunal Tutelar de Menores de Barcelona fue la institución que se hizo cargo de Eva, que aún no había cumplido tres años. El Tribunal se ocupaba de los hijos de familias con problemas morales, según la noción de moralidad de la época, o de menores conflictivos, aparte de los menores delincuentes, claro. La policía fue a buscarla y la llevaron al Colegio Nuestra Señora del Coll, situado en la calle Albigesos, en Gracia. El edificio era precioso; una especie de palacete al estilo inglés. Dentro, había una sala que la llamaban de los Cazadores por que había pinturas hechas al fresco y el techo trabajado con madera. El salón era enorme; seguro que antiguamente se celebraban bailes. Había unas grandes palmeras que se veían desde Vallcarca. En la parte delantera había una zona con árboles frutales y un jardín. Atrás, un bosque con un lago en forma de ocho. En lo alto del edificio había una torre que era el depósito de agua.
Durante los primeros años lo pasó muy mal en este centro. Las personas que lo llevaban eran civiles. El trato fue durísimo. Las hacían trabajar mucho a todas, desde la más mayor a la más pequeña. Castigos y hambre es lo que recuerda. La comida era muy mala e insuficiente. Veían el pan tierno, incluso robaban las migas, pero nunca se lo comían tierno. Eva comenta que ella “siempre ha sido delgada pero en aquella época, cuando jugaba al vale, ella se metía en agujeros, estaba esquelética y como ella las otras. No existía allí la típica gordita. Los uniformes pasaban de las mayores a las más pequeñas hasta que sólo tocarlos se rasgaban. Llevaban alpargatas o zapatos. Los zapatos eran pequeños o grandes, nunca a la medida, “parecíamos Charlot, que se oía cloc, cloc, cloc”, dice Eva. Dormían tres en una cama y si una estaba enferma daba igual, dormía con la persona sana. Si se hacían pipí en la cama les ponían la sábana en la cabeza y tenían que pasear con ella por todas partes.
En 1963 llegan las nuevas educadoras, Montserrat Saltor Pons y Maria Lucas Ferrer. Eva describe la llegada de ellas como pasar de la era de Torquemada a la modernidad. Ellas reorganizaron toda la vida cotidiana del centro. Con mucha sencillez y hasta donde se pudo, pero las niñas y jóvenes eran felices. Daba igual que a las paredes les faltara una mano de pintura y que el suelo y los cristales no estuvieran en las mejores condiciones, total el Tribunal tampoco se preocupaba de las instalaciones. Cuando llegaron Montserrat y Maria descubrieron un armario lleno de pan mohoso que era el que las anteriores cuidadoras daban a las niñas. La comida era muy buena y la alimentación muy variada. Compraban fruta, pero también aprovechaban la de los árboles del centro, nísperos, manzanas, ciruelas y mandarinas pequeñas. No les hacían lavar la ropa puesto que iban personas a hacerlo. Hacían algunas faenas de casa, como la cama y las más mayores barrían, fregaban y quitaban el polvo. Las pequeñas ayudaban. Les compraron un televisor; las primeras imágenes que recuerda son las de la serie El llanero solitario.
Confeccionaron unas batas iguales para todas. En invierno tenían un canguro (pieza de vestir impermeable, de abrigo, con capucha y bolsillo grande en la parte delantera) y calcetines, y las más mayores abrigos y medias. I, ¡por fin! ¡Zapatos de su número! Para hacer gimnasia se ponían pantalones cortos y para dormir pijamas muy bonitos.
Eran unas sesenta internas. La relación entre mayores y pequeñas mejoró. Iban al Centro Católico a ver películas y, en verano, a las piscinas de San Sebastián, en la Barceloneta. Durante las fiestas de Gracia las dejaban ir a la plaza Rius i Taulet a ver los payasos y les daban una bolsita de plástico con chocolate, una ensaimada y un Cacaolat. Por la noche iban a los envelats (entoldados) y las más mayores se lo pasaban muy bien. No las obligaban a ir a misa. Ellas entraban en la iglesia cuando querían. Maria y Montserrat les tenían mucha confianza y eso siempre lo ha agradecido Eva: “fueron las primeras que nos acariciaron y todas íbamos tras ellas”. Los juguetes no faltaron. Les llevaban estocs (material almacenado) de fábrica y ellas podían escoger el juguete. Había para todas una bicicleta y una pelota de baloncesto. Las dos mujeres se movían mucho para obtener algo para las niñas.
Pero el destino le deparaba a Eva otra época amarga. La dueña del edificio del Coll lo vendió. El Tribunal intentó comprarlo pero el Consejo Superior de Madrid no dio permiso. A Montserrat y Maria las destinaron a la Casa de Familia Nuestra Señora de la Merced, situada en un piso de un edificio de la calle Bisbe Caçador esquina a la plaza San Justo y Pastor, en Barcelona. Era una residencia para señoritas y sólo pudieron llevarse las más mayores. Las menores de catorce años las repartieron en diversos centros. A Eva le tocó ir a Palau-solità i Plegamans (entonces le llamaban Palau de Plegamans), a la Institución Santa Ana. Hijas de María Auxiliadora. Con casi nueve años, entró en el centro el 14 de marzo de 1966. Para Eva este hecho fue una injusticia. Era feliz, ya no recordaba los primeros años de crueldad y ahora, de nuevo, todo le aparecía en la mente. Sintió mucha rabia y desde aquel momento Eva fue la rebelde. ¡Ella sólo quería estar con Montserrat y Maria!
En Palau volvió a cambiar todo. Misas, vestidos cerrados hasta el cuello… Sobre el vestido, lo que más le impactó fue como las vestían para hacer gimnasia. Acostumbrada a llevar pantalones cortos, allí les hacían poner unos bombachos (¡cuando los vio por primera vez no sabía ni para que servían!), una falda encima y una camiseta. El primer día que despertaron allí no se levantaron tan rápido como las otras y la monja les llamó “¡las del Coll!” y refiriéndose a que habían de obedecer rigurosamente a todo, añadió que “si allí les daban mimos, aquí les daban palos”.
Eva se sacó el graduado escolar con muy buenas notas y el Tribunal la envió a estudiar a las Salesianas de Montbau donde se sacó el bachillerato. Tenía que obtener becas del estado para costearse los estudios. Incluso en verano trabajaba para ahorrar y poder pagar los libros. Para acabar los estudios llegó a un acuerdo con su jefe y le dejó recuperar los sábados las horas que faltaba entre semana. El hombre se había sacado los estudios trabajando y fue comprensivo con la situación. Él le controlaba las notas, ya que decía que si hacía un “horario especial” en el trabajo quería ver que aprovechaba los estudios.
Cuando fue a estudiar a las Salesianas de Montbau no la dejaron ir a la Casa donde estaban Montserrat y Maria. Es una espina que todavía tiene clavada muy profundamente. Dice que la directora de Palau lo hizo expresamente por que sabía el lazo que las unía. Para más burla, la envió con unas monjas que estaban en la calle Avinyó, ¡al lado de ellas! Y cuando estas monjas cerraron, la llevaron a un lugar que era como un correccional en la misma plaza San Justo y Pastor… Y lo que más le dolía era que niñas que habían estado en el Coll y las habían enviado a Horta, sí pudieron ir a Bisbe Caçador. ¿Entonces, por qué ella no?
Con el Tribunal siempre tuvo muchos problemas por que se rebelaba. Por ejemplo, la quisieron poner a servir y ella se negó. No podía hacer nada sin su autorización. La controlaron muchísimo, llegando a sufrir algún maltrato por parte de uno de sus dirigentes.
Eva formó una familia, casada y con tres hijas. Todo lo que vivió en su infancia y juventud la ha marcado pero a la vez la ha fortalecido. Es una mujer de aspecto duro pero cuando hablas con ella aflora su sensibilidad. Tiene aún muy presente todas las vicisitudes por las que pasó y mantiene la rabia hacia aquellas personas que le hicieron tanto daño. Ella no quiere enmudecer y comparte con la gente sus vivencias en estos centros hasta donde su intimidad se lo permite. Siguió manteniendo el contacto con Maria hasta su muerte, a finales de 2012 (Montserrat murió en 2005) y con muchas de sus compañeras tanto del Coll como de Palau.
Dió su testimonio oral en la investigación histórica sobre las niñas y niños que estuvieron en centros tutelados y benéficos del periodo franquista, realizada por las historiadoras E. Ràfols Yuste, M. Verdú Guinot i N. Garcia Ràfols, y prestó su voz e imagen en la edición del documental Darrere la finestra. Vida quotidiana als centres de menors franquistes (R. Mamblona, 2006).