Isabel Gambín Pérez

VIVENCIAS

Isabel estuvo en el centro Hogar Nuestra Señora del Coll de Barcelona de 1943 a 1951.

«Un señor me llevó a Barcelona. Fuimos en tren y no paraba de hablar: tu estarás muy bien, muy contenta y estarás unos días y volverás».

Con estas palabras separaron a Isabel de su madre y de sus hermanos y la ingresaron en el Hogar Nuestra Señora del Coll. Aquellos «unos días» se convirtieron en ocho años hasta que regresó a Malgrat. Ocho años interminables. Y no volvió con la madre, sino con los tíos, sus padrinos, porque ellos quisieron hacerse cargo de ella y el Tribunal Tutelar de Menores les dio la tutela.

Isabel Gambin Pérez nació en Malgrat el 1 de septiembre de 1936. Ella y su hermano Pere Gambin Pérez fueron separados de la familia. Él también es testimonio en este apartado que llamamos Protagonistas. Conocimos algunas de sus experiencias a través de los recuerdos de su familia, ya que él murió en el año 2000. Por eso los mismos antecedentes familiares aparecen en las dos biografías, así como las circunstancias por las cuales fueron internados en centros del Tribunal.

Como decíamos, la historia de Isabel es paralela a la de Pere, aunque estuvieron en centros distintos. Por suerte, Isabel nos lo ha podido contar de viva voz. ¡Y bien viva! Porque Isabel no quiere que su voz quede en el olvido, ni tan solo amortiguada. Relata su vida en el centro con fuerza. No esconde la rabia, por haberle robado una infancia con la madre y los hermanos, por haber pasado por unas experiencias duras e injustas, por haberla hecho sentir culpable y mala y, por eso abandonada por la madre. Ella se peguntaba, ¿por qué no viene a verme la mamá? ¿Por qué no vuelvo a casa? No tenía respuestas. Y cuando, finalmente, volvió a verla, madre e hija eran dos extrañas. La madre, probablemente se sentía culpable, a causa de aquella separación. Isabel, ignorando la realidad de la separación, había creído no ser querida por aquella madre a la cual tanto había deseado ver mientras estuvo prisionera en aquel centro.

Después, muchos años después, al llegar a la madurez fue entendiendo y atando cabos. Recientemente, el hallazgo de su expediente le ha dado algunas respuestas que aún la indignan más porque demuestran la injusticia de la separación.

La conversación con Isabel tuvo lugar el mismo día que nos reunimos con las cinco mujeres de la familia Gambin -entre las cuales estaba ella- para que nos explicasen los recuerdos que Pere había relatado en vida. Son Dolors y M. Àngels, sus cuñadas. La primera, esposa del hermano mayor, Antoni. La segunda, de Pere. Y sus sobrinas, Dolors (hija de Dolors y Antoni) y Anna (hija de M. Àngels y Pere).

Aquella tarde primaveral del mes de abril Isabel nos relató sus experiencias las cuales tenían su inicio durante la guerra civil, aunque estos recuerdos son solamente flashes por lo pequeña que era. Además, aquello que recordaba, en muchos aspectos, eran simples supuestos, eran conclusiones erróneas a las cuales había llegado la familia intentando averiguar la razón de muchas situaciones o el origen de las mismas. Por suerte, ella y su familia han podido cerrar algunas puertas sabiendo lo que había detrás.

Aquel día la familia aún no había podido acceder a los expedientes de Pere e Isabel. Una consulta hecha por las historiadoras dio como resultado un nombre y un lugar donde poder solicitar esta documentación. ¡La encontraron! Tiempo antes, habían podido ver el expediente del padre de Antoni, Pere e Isabel. En los documentos pudieron detectar claramente los castigos desorbitados que el gobierno de Franco aplicaba a aquella persona que se hubiese manifestado a favor de la República y, aún más si había actuado a favor de ella. Y este era el caso del padre de los tres hermanos.

El padre, Pedro Gambín Mendez, fue hecho prisionero e ingresado en la prisión Modelo de Barcelona, el 8 de febrero de 1939. El Tribunal que lo juzgó, mediante consejo de guerra que tuvo lugar en el Palacio de Justicia número 3 de Barcelona, le condenó a 30 años de reclusión (reclusión perpetua). Para cumplir la pena le trasladaron a Guadalajara el 14 de septiembre de 1942, pero dos años más tarde, el 17 de agosto de 1945, muere de anemia, según consta en el certificado de defunción, en la prisión denominada Cárcel de la Seda en Talavera de la Reina (Toledo). Las acusaciones eran muy graves y, como en otros miles de casos, no habían sido comprobados los hechos, aunque en su expediente pusiera «hechos probados», frase que ya venía escrita en letra de imprenta. La realidad es que él tenía un tío, miembro importante del Comité y a él le daba trabajos como, por ejemplo, hacer guardias en un polvorín. Además, no se había escondido de hacer manifestaciones públicas a favor de la República. La sentencia dice: «Se puso a las órdenes del comité revolucionario haciendo guardias en la puerta de su local provisto de fusil y pistola. Se instaló en un cuartel de la guardia civil ocupando la habitación que pertenecía al sargento destrozando parte del mobiliario y la documentación». Isabel, ya de mayor, a menudo cuando pasaba por delante del cuartel de la guardia civil presentía que había vivido allí. Recordaba una bofetada que le había dado su padre en aquel lugar, la cual casi la hizo caer y ella no paraba de llorar. Un día lo preguntó a su tía Isabel y le respondió «ya lo creo que viviste ahí».

En este contexto, la madre, sola en el pueblo y con tres hijos, queda embarazada y tiene un cuarto hijo, Llorenç, el 30 de julio de 1943. Fue el capellán de Malgrat quien denunció los hechos al Tribunal Tutelar de Menores el 2 de junio de 1943. Los documentos dicen: «Vive en una choza que se ha construido en la playa hace unas tres semanas. La situación es de extrema miseria y corruptora». El Tribunal le quitó a la madre la patria potestad de los dos hijos menores, Pere, de 12 años, e Isabel, de 7, porque, «recibían ejemplos corruptores de una madre que llevaba una vida inmoral». Antoni, el mayor, tenía 16 años, en aquellos momentos. La familia, hasta hace poco, había pensado que no se lo llevaron porqué estaba muy enfermo en el hospital, con tisis (de la que sanó, afortunadamente). Pero en el expediente consta una nota del Inspector Investigador, con fecha de 16 de julio de 1943, que hace pensar que no sería este el motivo, si no que trabajaba y tenía una casa. La nota dice: «Antonio es jornalero del campo, domiciliado en la casa de su abuelo y tía materna, gana 60 pesetas al mes y comidas. La Josefa (tía materna) como buena egoísta se ha quedado en casa el sobrino mayor, que es el que por tener edad de trabajar, trabaja y gana un jornal.» Así pues, como hemos dicho, Pere e Isabel fueron ingresados en distintos centros de menores de Barcelona.

Isabel entró en el Hogar Nuestra Señora del Coll el 7 de octubre de 1943. Este centro estaba situado en la calle Albigenses (actualmente, Albigesos), en Gràcia. Como otras personas que nos han explicado su paso por este mismo centro (excepto el período en que estuvieron de directora Montserrat Saltor y de ayudante Maria Lucas) tiene grabada una infancia vivida a base de pasar frío, de padecer castigos, de tener que trabajar con dureza y de sentir una soledad muy grande.

Se levantaban a las 8. Por la mañana hacían la limpieza y unas horas de estudio. Cada una tenía una tarea asignada. Las camas, los lavabos… A ella le tocó limpiar la escalera de mármol blanco que unía cinco pisos. Las limpiaba dos veces a la semana con un producto que se llamaba Trisodín. Estaba horas y horas para hacer la escalera. Ella dice que era más grande el estropajo con el que las fregaba que no ella. «Quedaba de blancaaa», comenta. Después de la limpieza, iban unas horas a estudio.

La hija de la directora les daba clase. Se llamaba Montserrat y era maestra. Tenían dos horas de clase y un rato para rezar, hasta la hora de comer. Aprendían las cuatro reglas principales. Cuando salió tuvo que ir a la escuela otra vez porque necesitaba tener algún título, al menos de escolarización. Sabe de chicas que las habían colocado de sirvientas. A pesar de todo, si eran espabiladas les daban carrera. Cuando tenían cierta edad las llevaban a estudiar fuera. Una de ellas salió de allí siendo maestra.

Por la tarde hacían punto, cosían y repasaban la ropa zurciendo lo que estuviera roto. Hacían, por encargo, ropa de bebe de punto. Jerseys, guantes (les llamaban mitones), peúcos, calcetines… Lo vendían a una fábrica de Badalona o Mataró. De todo el trabajo hecho a lo largo de tantos años sólo encontró trescientas pesetas en la libreta de ahorros que le dieron al marchar. Esta libreta, que a lo largo de los años siempre le volvía a las manos, ahora no la encuentra, la ha perdido. “En algún lugar la debía colocar y quizá cualquier día sale”, nos comenta. Muchas veces hacían la costura en uno de los patios, bajo unos árboles muy grandes de los que colgaban unos frutos, una grana alargada. Eran pimenteros. Por encima de los árboles veían ratas. Seguramente iban a comer el fruto y ella pasaba mucho miedo pensando que no le cayera alguna encima.

Recuerda nombres del personal pero no los apellidos. La directora se llamaba Maria y su hija, la maestra, Montserrat. Tenía un hijo -la directora- que se llamaba Josep Maria y la que enseñaba a tejer se llamaba Juanita (le decían la señorita Juanita). El director se llamaba Andreu. Había también las cocineras y una ayudante.

Tiene un buen recuerdo de la cocinera. Isabel no tenía hambre nunca y la comida de allí tampoco era muy buena y todo lo encontraba malo. La mujer la llamaba a escondidas y le daba algún plato en mejores condiciones. A ella lo que le gustaba era la escudella barrejada. De todas formas suerte tuvo de la falta de hambre y de esta señora, de lo contrario sí que hubiera pasado hambre, aunque de comida tenían. Por la mañana les daban un vaso de leche y pan. De plato,  escudella barrejada, lentejas, garbanzos… Todo lo mezclaban con patatas. También habas, pero habas secas. No recuerda que les diesen nunca fruta y eso que había árboles frutales. Alguien comía, pero ellas no, porque veía las peladuras de plátanos, naranjas… en la basura. La familia que llevaba el centro tenía la vivienda en la planta baja.

Iban vestidas con una bata, unas alpargatas y calcetines. Pasaban frío, principalmente cuando se duchaban. El agua era fría y en el lugar donde estaban instaladas las duchas había unas ventanas con un batiente que se abría y siempre los tenían abiertos, incluso en el invierno. Las hacían poner en fila sólo con la camiseta y las braguitas que se sacaban al entrar en la ducha. Había muchas duchas y cada niña entraba en una y así iba avanzando la hilera. «¡No veas el frío que pasabas!», exclama Isabel. Les daban una pastilla de jabón para lavarse Después de tantos años de ducharse con agua fría, cuando volvió a Malgrat, como  ya estaba acostumbrada, aún lo hacía con agua fría y le costó lavarse con agua caliente, pero «ahora no me des agua fría, ¡eh!», dice Isabel con rotundidad.

Claro, con aquel frío los sabañones aparecían fácilmente. Muchas niñas tenían, pero a ella no le salieron. Era un mal que la población en general padecía, no hacía falta estar encerrada en un centro. La situación de penuria económica en la que se vivía no permitía tener la ropa adecuada para protegerse del frío, ni en la mayoría de las casas se disponía de aparatos para calentarse. Isabel no padeció enfermedades graves. Sí tuvo fiebre en algunas ocasiones, quizás a causa de amígdalas o alguna otra infección, pero nunca vio al médico. Todo «te lo pasabas con aceite de aquel que daban antes, aceite de ricino». Tampoco recuerda que le pusieran vacunas. Sólo la de la viruela, pero ésta ya se la pusieron en Malgrat, «en la espalda», especifica. Ni tan solo tuvo la menstruación allá dentro. No fue hasta que volvió a Malgrat. Ella veía chicas que limpiaban compresas y se escondían de las otras. Cada una se lavaba sus toallitas y a ellas las hacían irse.

No disponían de mucho tiempo de ocio. Muchas veces iban al Parc Güell, que estaba cerca del centro. En una de las salidas, Isabel tenía la ilusión de poder ver a su hermano que tocaba en la banda del Asilo Durán, pero no se vieron nunca. Las otras salidas estaban muy relacionadas con la religión. Iban a la procesión de Corpus en Gràcia y a misa, a los Josepets de la plaza Lesseps, que también estaba cercana al centro. De juguetes tenían pocos. En Reyes les dejaban en el patio juguetes, pero cuando pasaba una temporada -unos tres meses- los recogían. Ella piensa que quizá los guardaban para el año siguiente… Con resignación nos comenta que al menos aquella ilusión de los Reyes sí que la tenían.

El día de recibir visitas también era una fiesta para las niñas. Claro, las que recibían, porque ella no las tenía. Este asunto de la visitas podía ser traumático tanto para las niñas (y niños) internos como para los padres o las madres. El Tribunal Tutelar de Menores era muy estricto a la hora de dar permisos a un familiar para visitar a la niña interna. Y eso que hablamos de una visita dentro del centro, vigilada y controlada, no de llevársela de paseo. A Isabel se le quedó muy grabada en la memoria la desesperación de un padre al que no permitían ver a su hija. Este hombre intentaba verla desde la calle, a través de la rejas, hasta se subía a ellas. Claro, la niña también intentaba verlo y cuando el personal del centro se daba cuenta, porque la vigilaban, escondían rápidamente a la niña. En aquellos momentos Isabel no sabía que su madre también iba a verla, pero como el Tribunal no debía darle el permiso, no le permitían la entrada. La mujer había explicado a la familia que ella iba a Barcelona a ver «a mi nena y a Pedro». Compraba pan para llevarle a ella y a Pere. Parece ser que a veces hacía una parte del trayecto a pie, quizás hasta Montgat donde tenía unos familiares, un cuñado. Hacía noche y después iba hacia Barcelona. Incluso había llevado un retal de ropa para que le hicieran un vestidito a Isabel, quizás poco antes de salir porque comentaba a los familiares que, cuando volvió a Malgrat, la niña no lo llevaba.

El tema de los castigos merece un espacio propio. Motivos de castigo podían ser, hablar mientras hacían el trabajo o si tardaban en hacerlo, si se hacían pipí en la cama o cualquier tontería de criatura. Si se hacía pipí en la cama, le ponían la sabana por encima y le cantaban una canción. Ya solo del miedo de hacérselo no podía dormir, pero claro, se dormía y ala, ¡Ya está! Dormían dos niñas juntas, no las separaban por el hecho de hacerse pipí. En el patio, de noche, también las castigaban. Pasaban mucho miedo. Frecuentemente padecían un castigo que a ella le provocaba risa -sería cosa de los nervios- y entonces aún recibía más que las otras. La señorita Juanita, por cualquier cosa que hacía una, las ponía a todas una detrás de la otra, con el culo al aire y les daba un golpe con la alpargata en el culo. A ella, eso de hacer cola con las faldas arremangadas y el culo al aire esperando que le dieran con la alpargata le provocaba la risa. Entonces, venga darle hasta que lloraba y le iba diciendo: «Por reír, esto es por reír». Pero quizá el castigo que la ha dejado más marcada es el de ponerle la cara debajo el grifo de la cocina, manando agua a chorro hasta que le faltaba la respiración y entonces la retiraban. Asegura que a ella se lo hizo la directora, la ponía encima de una sillita pequeña para que llegara.

Isabel fue dada de alta del centro el 18 de abril de 1951, con 15 años, de los cuales ocho interna. Sus tíos José Pérez, hermano de la madre y su mujer pidieron la tutoría y el Tribunal les otorgó el derecho de «guarda y educación». En el expediente consta: «El 12 de abril de 1951 comparece José Pérez que careciendo de hijos y hallándose su sobrina protegida por este Tribunal a consecuencia de que la madre no reúne condiciones para tener a su hija, el diciente y su esposa se harían cargo de la menor comprometiéndose a educarla y instruirla cristianamente», y aporta un certificado del capellán de Malgrat firmado el 5 de abril de 1951. Isabel no se lo creía que volvía a Malgrat. La sensación que sintió fue de libertad.

Pero el reencuentro con la familia, después de tantos años de no verla, fue muy frío. Isabel, con tristeza, resume así su retorno: «¡Es muy malo eso! Muchos años. Muchos años sin ver a nadie. Y no sabes por qué. Y piensas, ¿por qué no te quieren? Y cuando llegas te es igual que sea tu madre, que sea tu padre, que sea… te quedas vacío» Y añade: «Es una barbaridad. Te encuentras abandonada. Estás con una gente que no conoces, que no te trata bien. Que te hacen currar y no tienes edad. Te hacen currar, porque no parabas en todo el día. De una cosa a otra. […] Te daban de tiempo de patio, una hora. Pero todo lo otro currar, eh. Por la mañana fregar, colegio, comer, coser…».

Claro, ella era una niña muy pequeña, con solo siete años, cuando fue separada de la familia. Para su hermano Pere fue distinto porque con 13 años ya tenía suficiente capacidad de saber, incluso reflexionar, sobre el motivo de la separación y había tenido tiempo de adquirir unos lazos, unos referentes familiares y guardar memoria de estas vivencias. Pero una niña de siete años aún no tiene desarrollados estos aspectos y crece sin referentes familiares.

Una de las actuaciones más crueles de la mal denominada protección y tutela de estas instituciones fue ésta, la separación, la ruptura, frecuentemente definitiva, con las raíces familiares. ¿Por qué separaban los hermanos por sistema, tanto si eran o no del mismo sexo? ¿Por qué uno de los castigos más utilizados era no ver la familia el día de visita? ¿Por qué no entregaban los paquetes o las cartas que les enviaban? Y tantos otros “por qué” los cuales nos llevarían a la misma conclusión.

«Y yo, burra de mi, cuando me casé la fui a ver». Isabel se refiere a la directora de Ntra. Sra. del Coll. Probablemente, fue porque, para ella, su referente era aquel centro. Como cualquier otra chica que se casa y va a visitar a la madre, a la abuela o a la tía al pueblo de origen. Fue el año 1959. La directora no estaba acostumbrada a recibir visitas de chicas que habían pasado por allí ya que se quedó muy sorprendida con la visita. Al principio no la conoció. Ella le dijo que era la Isabeleta tal y como la llamaba cuando estaba en el centro. Se vieron en el patio, hablaron un rato, incluso se hicieron una foto juntas, pero enseguida la dejó sola y entró en la casa. Isabel no se atrevió a entrar y eso que llevaba caramelos para dar a las niñas porque sabía la alegría que les daba recibirlos. Pero fue incapaz de entrar. Al estar allí, dentro de su subconsciente debieron aflorar todos los padecimientos y la falta de amor y le pareció que si entraba ya no volvería a salir. Así que se fue. Antes, pero, pasó por el bosque y por los jardines y se hizo una foto en un puente que había en la finca. Como otras personas que han estado en ella, la describen como una torre muy bonita. Preciosa. Con unos techos que «quitaban el hipo» y añade que fue una pena que la destruyeran para hacer pisos.

La tarde va concluyendo y va oscureciendo. Para Isabel ha sido una tarde en que ha tenido que revivir muchas emociones y momentos tristes. Pero a pesar de eso, aún nos despide riendo porque Isabel, aunque le es duro el recuerdo, con buen humor nos canta la canción dedicada a las meonas:

«Meón de la montaña
te haremos un saco de paja.
La correa bajo la cama
para pegar al mea-camas»

Comunión de Isabel
Isabel en el centro Ntra. Sra. del Coll. 1960
Isabel en el centro Ntra. Sra. del Coll. 1960
Isabel en el centro Ntra. Sra. del Coll. 1960
Familia Gambín

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