Maria Lucas Ferrer
VIVENCIAS
Maria estuvo en el centro Hogar Nuestra Señora del Coll de Barcelona de 1963 a 1967.
De 1967 a 1983 estuvo en la casa de familia Nuestra Señora Merced de Barcelona.
Maria Lucas Ferrer no fue una “niña internada”. Ella fue cuidadora de muchas niñas y jóvenes, conjuntamente con Montserrat Saltor Pons, de la cual hablaremos más adelante. Maria nació en 1917 en Barcelona. A los cinco años fue a vivir a Caldes de Montbui con su familia (su padre dirigía una fábrica del mundo textil) y se quedó hasta los cuarenta años. Ella era enfermera y en aquellos momentos hacía servicios particulares hasta que le salió trabajo en el Hospital Vall d’Hebron. Entonces se trasladó a Barcelona con su hermana. Vivía en el barrio de Gràcia donde hizo amistad con Montserrat. Las dos eran miembros del movimiento eclesiástico Legión de María y se reunían en las Vedrunas de la calle Gran de Gràcia. Su labor consistía en ir a las cárceles, a los barrios pobres, etc., auxiliando a personas solas y a las que tenían dificultades físicas o económicas.
El Tribunal Tutelar de Menores de Barcelona necesitaba una persona para llevar el centro de menores femenino Nuestra Señora del Coll ubicado en la calle Albigesos (Gràcia). Una persona que conocía a Monterrat y que también tenía contacto con el Tribunal la recomendó y este se dirigió a ella. Además, le pidieron que como se jubilaba otra persona del centro podía llevar una compañera para substituirla. Así fue como Maria recibió también la propuesta. Y el destino hizo que, en poco tiempo, las dos se quedaran sin obligaciones familiares, y aceptaran la propuesta. Corría el año 1963 y Maria tenía cuarenta y cinco años.
Antes de relatar su paso por los centros, haremos un alto en el camino y conoceremos un poco más a Montserrat Saltor Pons. Montserrat provenía de una familia de fabricantes textiles. Tenía diez hermanos. Sus padres y hermanos eran del grupo Lluïsos de Gràcia. Su familia gozaba de gran prestigio en el barrio de Gràcia. Montserrat trabajaba de administradora en la zapatería Álvarez. Todas las personas con las que hemos contactado y que la conocieron coinciden en decir que era una persona con mucha vitalidad, con capacidad de organización y con mucho empuje.
Cuando ellas se hicieron cargo del centro Nuestra Señora del Coll cambiaron toda la organización y buscaron recursos para mejorar instalaciones, comida y ropa. El edificio era una torre muy grande con jardín, huerta, estanque, etc. Parece ser que antes de la guerra civil fue propietario un inglés. Naturalmente, en aquellos momentos, ya no tenía el esplendor que debió tener en el pasado.
Cuando ellas llegaron las niñas estaban llenas de piojos. Las chicas les explicaron que se los tenían que quitar unas a las otras y a las cuidadoras. Maria y Montserrat les frotaron el cabello con petróleo y pasaron la noche con un pañuelo envuelto en la cabeza. Al día siguiente, una amiga les cortó el cabello más corto (no rapadas).
También vieron que dormían en la misma cama niñas mayores y pequeñas y las más adultas en una habitación grande de la planta de arriba, encerradas con llave y sin váter. Esta habitación la destinaron a las pequeñas y ninguna otra habitación se volvió a cerrar con llave. Aprovechando que Montserrat había trabajado en una zapatería compraron botas de agua, de caña alta y de goma que se conocían con el nombre de katiuskas. Adquirieron ropa y les hicieron unas batas azules, así los vestidos les duraban más tiempo limpios. Las anteriores cuidadoras les daban la ropa limpia el domingo y hasta el siguiente no se la cambiaban. Aprovecharon que un familiar tenía una fábrica de sábanas, compraron y les hicieron un descuento muy especial en el precio. Maria explica que ellas comían “de la olla”, lo mismo que comían las niñas. El primer día Montserrat hizo la comida. Había una cocina de antracita, de carbón. Antes de llegar ellas, una niña de catorce años se ocupaba de la cocina. Ellas tenían que ir a buscar el carbón al jardín, encenderla y cocinar. Más tarde, Maria y Montserrat tuvieron la ayuda de una cocinera. Todo el dinero que les asignaba el Tribunal era para las niñas. Ellas compraban y presentaban la factura y no hubo nunca ninguna objeción.
Además, abrieron las puertas, una cosa impensable en un centro del Tribunal. Recibieron la visita de un grupo de minusválidos y pasaron el día en el jardín de la finca. Las niñas fueron muy felices aquel día. Lo más importante es que ninguna niña se marchó. ¡Al contrario! La gente de Gràcia también les ayudaron mucho, tanto las amigas de la Legión de María como los chicos de los Lluïsos, la juventud de las parroquias y los propios familiares. Eran frecuentes las salidas. Iban a la playa de San Sebastián en la Barceloneta, al Parque Güell, a la plaza de Sant Jaume a bailar sardanas, a Montjuïc durante la verbena de San Juan…
Maria y Montserrat supieron tratar las niñas con amor. Ellas se sentían madres, no directoras o educadoras. Querían que las muchachas se encontraran en familia. Contaban con el asesoramiento del Dr. Folch i Camarasa. Él las orientó en los aspectos psicológicos. Enseguida que pudieron instalaron un televisor y alguien les regaló un tocadiscos. Y un pequeño lago que había en el jardín lo convirtieron en una pista de patinaje.
Desafortunadamente el centro se cerró cuatro años más tarde. La propietaria del edificio decidió venderlo y el Tribunal no recibió el permiso de Madrid para comprarlo. Esto significó la desaparición del centro (la torre fue demolida y en el solar se construyeron pisos) y el reparto de las niñas más pequeñas a otras instituciones. Fueron unos momentos muy difíciles para las dos pensando cómo sería el futuro de muchas de ellas. Unas niñas fueron a parar a un centro de Horta, otras a la institución Santa Ana en Palau-solità i Plegamans (en aquella época, Palau de Plegamans).
A Maria y a Montserrat las trasladaron en abril de 1966 a un centro para chicas de más de catorce años, situado en el barri Gòtic de Barcelona, en la calle del Bisbe Caçador, con el nombre de Casa de Familia Nuestra Señora de la Merced; era una residencia para señoritas. Ya no era una torre, era un piso.
Tanto en el centro del Coll como en el del barri Gòtic, ellas procuraron que las muchachas aprendieran un oficio y la que valía para estudiar, pudiera hacerlo. No querían que acabaran haciendo de sirvientas. A algunas las colocaron de dependientas en la zapatería Álvarez, otras aprendieron a pulir joyas o trabajaron en las peleterías Alcázar y Siberia. Procuraban ayudarlas en los estudios. En el Coll había dos maestras pero el nivel educativo no iba más allá de cultura general. Así que tuvieron que buscar ayuda entre sus amistades para que recibieran clases extras. De esta manera una de las chicas se hizo maestra y otra enfermera. Las que tenían dificultades intelectuales las enviaban a una escuela especial que había en el barrio de la Salud y así llegaban a acabar los estudios según su capacidad intelectiva.
Maria y Montserrat continuaron en Bisbe Caçador hasta la jubilación. Con la transición a la democracia y reorganizada la Generalitat de Catalunya muchos servicios fueron traspasados al gobierno catalán, entre ellos los de protección de menores. Ellas se jubilaron a principios de los ochenta. A Maria le reconocieron todo el tiempo que trabajó de enfermera y se pudo retirar con una pensión que le permitió vivir con suficiencia. Montserrat murió en mayo de 2005. Durante su enfermedad nunca estuvo sola; “sus” niñas, la mayoría casadas y madres no dejaron nunca de visitarla. Al morir Montserrat, Maria marchó del barrio de Gràcia y se instaló en Caldes de Montbui. Ella continuó siendo la “madre” de muchas de aquellas niñas y como tal, se convirtió en la “abuela” de sus hijos. Recibía a menudo la visita de ellas. Vivió rodeada de recuerdos y fotografías y le gustaba compartir sus recuerdos entre los cuales siempre tuvo presente el de Montserrat. Las dos dedicaron su vida a los demás; avanzadas a la época que les tocó vivir, sin inculcar la religión como una obligación ni adoptar una moralidad hipócrita. Al contrario, enseñaron a “sus” muchachas a tomar sus propias decisiones, a querer Cataluña y sus costumbres e idioma, contraviniendo las directrices del régimen. Por todo esto han sido la antítesis de la mayoría de educadores y educadoras de aquella época.
Maria murió el 31 de diciembre de 2012, acompañada de los recuerdos de una gran familia que se forjó con cariño y tenacidad.
Maria Lucas Ferrer colaboró como testimonio oral en la investigación histórica sobre las niñas y niños que estuvieron en centros tutelados y benéficos del periodo franquista, realizada por las historiadoras E. Ràfols, M. Verdú y N. Garcia, y prestó su voz e imagen en la edición del documental Darrere la finestra. Vida quotidiana als centres de menors franquistes (R. Mamblona, 2006), elaborado con el soporte económico del Memorial Democràtic de la Generalitat de Catalunya.